Ansiedad: Lo que no se dice, pero se siente hasta los huesos
Y no soy solo yo. En Colombia, según datos recientes, más de cinco millones de personas han sido diagnosticadas con algún tipo de trastorno de ansiedad. Y el número real, seguramente, es mucho mayor. Porque muchos seguimos callando. Por miedo, por vergüenza, o porque simplemente no hay quien escuche.
Entre lo funcional y lo que nos desborda
La ansiedad tiene dos caras. Una útil: la que nos hace estar alerta, ser precavidos, prepararnos. Pero cuando esa alerta se queda pegada como una alarma que no se apaga, deja de ser ayuda para convertirse en carga. Lo sé porque lo vivo. Porque aunque el cuerpo pide pausa, la mente no para. Porque aunque estoy agotado, no me permito descansar. Porque si no hago nada, la ansiedad gana.
Y así, uno entra en un ciclo. Me duermo a las dos, tres, cinco de la mañana. Me levanto a las ocho. Universidades, tareas, emprendimiento, familia, todo. El cerebro va a mil porque si se detiene, los pensamientos invaden. Y ahí viene la parte que duele: cuando llorás a solas, cuando la idea de hacerte daño aparece como un susurro, cuando solo querés silencio, pero no sabés cómo apagar el ruido de adentro.
Síntomas que van más allá de lo evidente
Según la literatura clínica, la ansiedad no es solo una emoción: es un fenómeno sistémico. Afecta la mente, el cuerpo, la conducta y las emociones. Los síntomas físicos —como palpitaciones, sudoración, tensión muscular, fatiga crónica— son reales. No son invento ni exageración. Tampoco lo son los cognitivos: esa preocupación constante, la dificultad para concentrarse, el análisis excesivo, la anticipación del desastre. Y en lo emocional, ese miedo latente, esa irritabilidad que a veces los demás confunden con “mal genio”.
Yo los vivo todos. Algunos días más intensos, otros más llevaderos. Pero ahí están. Y lo más complejo: muchas veces el entorno solo ve la reacción, no la raíz. Solo juzga el tono con el que hablas, no el dolor con el que cargas. Te piden que seas amable, que no exageres, que no molestes… pero nadie se detiene a preguntar qué te está pasando de verdad.
El silencio, esa otra forma de dolor
En el informe que elaboré, uno de los hallazgos más duros es el estigma que aún pesa sobre quienes sufren de ansiedad. En Colombia, hablar de salud mental sigue siendo incómodo. Se piensa que es debilidad, flojera o drama. Pero no lo es. Es real. Es incapacitante. Y lo peor es que ese estigma no solo viene de la sociedad, sino a veces de la misma familia. Cuando uno se atreve a hablar, las respuestas suelen ser: "usted siempre con lo mismo", "deje de quejarse", "otros tienen problemas peores". Y así uno aprende a callar. A tragarse todo. Hasta que explota.
Lo triste es que incluso quienes más queremos —como nuestras madres— también terminan afectados. Yo me desbordo tratando de protegerla, de evitar que el caos de la casa la enferme más. Pero en ese intento, mis palabras también hieren. Porque soy directo, porque ya no sé cómo más hacer que las cosas cambien. Y entonces me culpo. Me duele verla mal. Me duele no poder con todo. Me duele tener que ser el fuerte, cuando por dentro también me estoy quebrando.
¿Y el sistema? Bien, gracias… pero insuficiente
Sí, en Colombia hay leyes. Hay políticas. Hay campañas. Pero la realidad sigue siendo otra. El 93% de los colombianos dice que la salud mental debe ser prioridad, pero menos del 25% considera que la atención que recibe es buena. Las filas son eternas, las citas escasas, los profesionales saturados. Hay líneas de ayuda, sí, como los Escuchaderos o la Línea Amiga en Medellín, pero muchas personas ni siquiera saben que existen. Y peor: cuando buscan ayuda, la respuesta es fría, protocolaria, distante.
El informe lo deja claro: entre el diagnóstico, el tratamiento y la recuperación hay una brecha enorme. Y mientras tanto, miles seguimos sobreviviendo como podemos. Algunos con ayuda, otros solos. Algunos hablando, otros en completo silencio.
Un llamado, no un grito
Este artículo no busca lástima. No busca que me aplaudan por resistir. Busca que entendamos que la ansiedad no es un capricho, ni una moda, ni un defecto. Es una condición seria, compleja, multifacética. Y que si queremos de verdad cambiar las cosas, tenemos que empezar por escuchar sin juzgar, por informar sin simplificar, por acompañar sin imponer.
Yo sigo en proceso. Aprendiendo a descansar. A pedir ayuda sin culpa. A no querer cargar con todo. A entender que ser fuerte también implica saber cuándo parar.
Y si vos estás en lo mismo, te digo esto: no estás solo. La ansiedad no te define, pero sí puede enseñarte mucho sobre vos mismo. Solo no te calles. No te aísles. No te rindas.
Comentarios
Publicar un comentario
Deja tu comentario, toda opinión es de aporte e interés